La Copa (II)

Hace unas semanas pusimos la primera parte de este artículo firmado por Herculano Alves, (aquí) publicado en la revista capuchina "Evangelio y VIda". Acaba de salir publicada la segunda parte en la misma revista. Con permiso de su director, fr. Domingo Montero, publicamos también esta segunda parte.

Copa (Cáliz) (II)

La copa del sacrificio y de la muerte

Con frecuencia la copa/cáliz aparece como símbolo de la muerte porque en los ban­quetes festivos se aprovechaba a veces la ocasión para poner veneno en el vino de alguien a quien se quería eliminar.

Era un procedimiento tan frecuente que los reyes y otros señores tenían su copero parti­cular, no ya sólo para servir los buenos vinos, sino sobre todo para cuidar de que nadie pudiese poner veneno en el vino que se servía. Los profetas, al hablar de los castigos divinos, utilizan con frecuencia el sím­bolo de "la copa de la cólera divina".

Así la copa se convierte en símbolo de grandes sufri­mientos, de muerte y aún de los castigos divinos: «Sobre los malvados hará llover fuego y azufre, y un fuego abrasador les caerá en suerte (lit. será la copa que les toque)» (Sal 11,6). «El Señor tiene en la mano una copa, un vaso de vino drogado, que los malvados de la tierra beben y apuran hasta el fondo» (Sal 75,9).

Esta copa es embriagadora, pero de castigo: «¡Despiértate, Jerusalén, despiértate y ponte en pie! Tú, que has bebido de la mano del Señor la copa de su ira, y has apurado hasta las heces el vaso del vértigo» (Is 51,17; ver Zac 12,2).

Esta copa de la ira de Dios es castigo de la idolatría, que era considerado el más gra­ve de todos los pecados. Esta idolatría provoca "la ira" de Dios, que no admite divini­dades rivales. Esto significa simplemente que sólo hay un Dios único y verdadero. Con el mismo sentido aparece en Eze­quiel: «Has seguido el camino de tu hermana, y por eso yo te haré correr la misma suerte (lit. pondré en tu mano la misma copa). Esto dice el Señor: Be­berás la copa de tu hermana, copa ancha, profunda, de gran capacidad, que te hará objeto de burla e irrisión. Te emborra­charás de amargura. Copa de horror y desolación es la copa de tu hermana Samaría. La be­berás, la apurarás, la romperás con tus dientes y sus trozos te desgarrarán el seno» (Ez 23,31-34).

La vocación de Jeremías es presentada como anuncio pro­fético de una copa de muerte para algunas naciones paga­nas: «El Señor, Dios de Israel, me dijo: 'Toma de mi mano esta copa de vino llena de mi ira y dásela a beber a todas las naciones a las que yo te envíe, para que beban, se tambaleen y deliren ante la espada que yo voy a mandar contra ellas'. Tomé la copa de la mano del Señor y se la di a beber a to­das las naciones a las que el Señor me había enviado: a Jerusalén y a las ciudades de Judá junto con sus reyes y príncipes, las cuales quedaron desiertas, se convirtieron en motivo de escarmiento y bur­la, y su nombre se cita a modo de maldición hasta el día de hoy; al faraón, rey de Egipto, a sus servidores, sus príncipes, y todo su pueblo...; a los reyes del país de Us, a los reyes filis­teos de Ascalón..., a los reyes de Edom..., a todos los reyes de Tiro y Sidón... Después de ellos beberá el rey de Babilo­nia. Les dirás: 'Así dice el Señor todopoderoso, rey de Israel: ¡Bebed, emborrachaos, vomi­tad, caed para no levantaros más bajo la espada que yo voy a enviar contra vosotros'. Y si se niegan a tomar de tu mano la copa y a beber, les dirás: 'Así dice el Señor todopoderoso: ¡Os aseguro que la beberéis!'» (Jr 25,15-28; ver 49,12; Lam 4,21; Hab 2,15-16).

Las siete plagas o "siete azotes" del Apocalipsis, son, en la línea del Antiguo Testamento, simboli­zadas adecuadamente por "siete copas de la ira divina" que son derramadas sobre el mundo dando origen a diferentes calamidades (Ap 15,7 a 16.21).

Babilonia es el símbolo de todas las fuerzas que se opo­nen a Dios. Por eso el Apocalipsis describe esta fuerza del mal en términos de infidelidad y prostitución, con una copa "llena de abomi­naciones".

«Me llevó en espí­ritu a un desierto y ví a una mujer sentada sobre una bestia color escar­lata. Tenía la bestia siete ca­bezas y diez cuernos y estaba llena de títulos blasfemos. La mujer iba vestida de púrpura y escarlata, y estaba adornada de oro, piedras preciosas y perlas. En su mano tenía una copa de oro llena de abomi­naciones y del sucio fruto de su prostitución. Y escrito en su frente un nombre miste­rioso: Babilonia, la orgullosa, la madre de todas las prosti­tutas y de todas las abomina­ciones de la tierra. Y ví cómo la mujer se emborrachaba con la sangre de los creyentes y de los mártires por amor a Jesús. Quedé profundamente asombrado al verla, y el ángel me dijo: "¿De qué te asombras? Te explicaré el misterio de la mu­jer y de la bestia de siete ca­bezas y diez cuernos sobre la que está montada. La bestia que has visto, era, pero ya no es; va a surgir del abismo, pero marcha hacia la perdición. Los habitantes de la tierra, cuyos nombres no están escritos desde la misma creación del mundo en el libro de la vida, quedarán asombrados al ver reaparecer a la bestia que era, pero ya no es'» (Ap 17,3-8; ver 18,6; 21,9; Jr 51,7).

La copa de Jesús y del cristiano.

En tiempos de Jesús y en los evangelios la copa/cáliz continuaba ligada al mismo simbolismo que en el Antiguo Testamento: unas veces es la "copa de la alegría", unida al banquete escatológico y, por lo mismo, al ban­quete de la comunión con Dios.

La comunión con Dios en la copa de los sacrificios de comu­nión puede ser tam­bién la copa de la comunión con los otros comensales: una copa que circulaba entre to­dos, estableciendo así lazos de especial amis­tad y alianza. Éste es el sentido de la copa que Jesús da a beber a sus discípulos en la última cena (Sal 16,5; 23,5).

Otras veces es la "copa del sacrificio y de la muerte". Jesús imprimió en su reino un sello de fiesta: con frecuencia bebió el vino de la copa que se servía en los banquetes y comió con ricos y con pobres, con justos y con pecadores, porque él no quería excluir a nadie de su banquete, de su alianza. Fue criticado con frecuencia por comer con los pecadores (Lc 15,1-2). Pero la copa del sufrimiento y de la muerte se encuentra sobre todo en el texto de la oración de Getsemaní: «Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa de amargura...; si no es posible que pase sin que yo la beba, hágase tu voluntad» (Mt 26,39.42; Mc 14,36; Lc 22,42).

El texto típico de este se­gundo simbolismo es el epi­sodio de la madre de los hijos del Zebedeo que viene a pedir a Jesús que otorgue a sus dos hijos los mejores lugares en el reino político que Jesús instau­raría en Jerusalén. Jesús les res­ponde resaltando la copa/cáliz como señal del sacrificio y de la muerte que se les exige a to­dos sus discípulos. «No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber la copa de amargura que yo he de beber? Ellos dijeron: Sí, po­demos. Jesús les respondió: Be­beréis mi copa, pero sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, sino que es para quienes lo ha re­servado mi Padre. Al oír esto los otros diez se indignaron contra los dos hermanos. Pero Jesús los llamó y les dijo: Sabéis que los jefes de las naciones las gobiernan tiránicamente y que los magnates las oprimen. No ha de ser así entre vosotros. El que quiera ser importante entre vosotros, sea vuestro ser­vidor, y el que quiera ser el pri­mero, sea vuestro esclavo. De la misma manera que el hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por todos» (Mt 20,22-28).

En este caso, la copa/cáliz ha pasado a ser símbolo, no de una muerte o de un destino cualquiera, sino de una vida entregada en sacrificio por los otros, a ejemplo de Jesús, que vino a dar la vida totalmente, como Cordero Pascual.

El cáliz de la Eucaristía

Todo lo que acabamos de decir sobre la copa nos lleva naturalmente a la copa-cáliz de la Eucaristía. Podríamos de­cir que aquí se recoge toda la riqueza del simbolismo ligado a la copa-cáliz en el Antiguo Tes­tamento y en el resto de la lite­ratura del tiempo de Jesús. La copa de la Eucaristía simboliza, por tanto, «el don de la vida en rescate por muchos» (Mc 10,45), es decir, una ofrenda sacrificial del Hijo de Dios por toda la humanidad: «Tomó luego una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio y bebieron todos de ella. Y les dijo: –Ésta es mi sangre, la san­gre de la alianza, que se derra­ma por todos» (Mc 14,23-24; ver Mt 26,27-28; Lc 22,17-18; 1n 18,11; 1 Cor 11,25).

Beber la copa de la eucaris­tía es recibir la vida nueva que Jesús trajo de parte de Dios. Pero esta vida está también en su palabra, que se debe "comer" antes de "beber" el cáliz. Así el cáliz de la euca­ristía realiza verdaderamente lo que en muchas culturas es apenas una señal de la inmor­talidad. Esta inmortalidad es la que está presente en el poema medieval del Santo Grial, que manifiesta el deseo de vida permanente presente en el mundo mediante el cáliz de la eucaristía.

Pero el cáliz significa tam­bién la nueva manera de agra­dar a Dios, la nueva Alianza, sellada no con la sangre de animales, sino con la sangre del propio Hijo de Dios, hecho sumo sacerdote de la nueva humanidad.

«Cristo, en cambio, ha venido como sumo sacerdote de los bienes definitivos. Es la suya una tienda de la presen­cia más grande y más perfecta que la antigua, y no es hechu­ra de hombres, es decir, no es de este mundo. En ese san­tuario entró Cristo de una vez para siempre, no con sangre de machos cabríos ni de toros, sino con su propia sangre, y así nos logró una redención eter­na. Porque, s¡ la sangre de los machos cabríos y de los toros y las cenizas de una ternera con las que se rocía a las per­sonas en estado de impureza, tienen poder para restaurar la pureza exterior, ¡cuánto más la sangre de Cristo, que por el Espíritu eterno se ofreció a Dios como víctima sin defec­to, purificará nuestra concien­cia de sus obras muertas para dar culto al Dios vivo!» (Heb 9,11-14).

Por todo lo que acabamos de decir, la copa de la Euca­ristía, llamada normalmente "cáliz", fue siempre objeto de gran veneración, lo que se advierte en la profusa ornamen­tación de que es objeto.

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