San Félix de Cantalicio

Imgen tomada de www.artehistoria.com
Cuadro pintado por Murillo

Los inicios de todo movimiento religioso no es fácil. Los pocos que forman el grupo tienen que aprender a vivir lo que desean. Por eso es tiempo de dudas, de tanteo y, algunas veces de “persecución”. Los orígenes de los capuchinos no fueron fáciles. Surgieron en una época de reformas internas de los Hermanos Menores, que buscaban vivir más de cerca la Regla y Testamento de San Francisco. Las reformas fueron bastantes. Cuando parecía que la situación se normalizaba, Ludovico de Fossombrone tuvo una revelación en la que san Francisco le invitaba a vivir de una manera determinada, cambiando el hábito que llevaban los hermanos. Este lo reformó cambiando el pequeño capucho por otro más largo y puntiagudo, que será el que dará el nombre a la reforma. Junto a los hermanos de sangre Mateo y Rafael de Bascio, inician el nuevo camino.

La reforma no sentó bien y desde el principio los Observantes se negaron a su existencia. Y argumentos no les faltaban. Mateo volvería, de manera voluntaria a la Observancia, Mateo colgaría los hábitos, el primer Vicario General de los Capuchinos, marcharía a Suiza con los protestantes…

Pero al mismo tiempo no faltó la entrega de los hermanos y su testimonio. Pasados unos pocos años de asilamiento en ermitas se van acercando a las ciudades. Y conocen el dolor de las pestes y pandemias de la época. Y es la atención a los enfermos, radical y sin miedo, lo que más les apoyó en los inicios. Eso y San Felix de Cantalicio.

San Félix nació en un pequeño pueblo de la Umbría italiana, cuna de la reforma capuchina, en 1513. De sus padres se sabe poco, sólo sus apellidos: el del padre Santo y el de la madre Santa. Dedicó su infancia a los trabajos del campo, sobre todo al pastoreo de ovejas. Con doce años está al servicio de Marco Tulio Pichi. Cuentan que dedicaba las horas a la oración y que era posible seguir su ruta de pastoreo por las cruces que grababa en los árboles para orar delante de ellas.

En su trabajo pastoril pasaba cerca del convento de los capuchinos, recién fundado, y le llamaba mucho la atención su pobreza, sus barbas y su vida de oración. Decidió hacerse capuchino. El superior del convento de Città Ducale, donde pidió el ingreso, le explico que la vida de Capuchino era dura. Según la tradición el superior cargó las tintas en ello para probar el valor del joven. Félix, después de escuchar todo lo que le dijo simplemente preguntó si en su cuarto iba a ver crucifijo. El superior le dijo que sí. El candidato sólo contestó que le bastaba mirar al crucificado para ver que lo suyo era poco en comparación.

Fue aceptado al noviciado, que realizó en Antícoli de Campania. De allí pasaría a Roma, donde por 40 años se dedicó al trabajo de limosnero. La impronta que dejó en la ciudad fue inmensa. Era parco de palabras, pero las que decía las decía bien. San Carlos Borromeo, el papa Sixto V, san Felipe Neri, no dudaban en pedirle consejo. Un par de anécdotas: San Carlos le preguntó que debía hacer para que los sacerdotes de su diócesis mejoran la calidad de vida; Félix cerró los ojos y le dijo que sus sacerdotes debían rezar el oficio divino entero… fue una de las primeras diócesis que puso esa norma para el clero diocesano. La otra anécdota es refería a San Felipe Neri. Los romanos esperaban tales encuentros, según las biografías, ya que ambos se esforzaban en buscar el insulto y el requiebro más gracioso para luego acabar abrazados y dando gracias a Dios (–Buenos días, fray Félix. ¡Ojalá te quemen por amor de tu Dios! –Salud, Felipe. ¡Ojalá te apaleen y te descuarticen en el nombre de Cristo!).

Se sabía una persona sencilla. El decía que su único libro tenía 6 letras: cinco rojas y una blanca. Una roja por cada herida del Señor y una blanca por la Inmaculada. Con eso le bastaba. Su vida de oración no se veía impedida por su labor callejera. Según nos cuentan sólo dormía tres horas para poder dedicar más tiempo a la adoración al santísimo, a la oración y a participar en todas las misas en las que podía. Ese ritmo de vida se notaba en las calles por las que pasaba (Deo gratias… ¡Paso al burro de los Capuchinos). La gente rezaba con él o le preguntaba. Incluso los niños, a los que quería de manera especial recibían una pequeña formación y catecismo por parte del fraile, con bastante éxito. Más de uno de aquellos niños sería más tarde capuchinos.

Y a todo esto se le unía un gran sentido del humor. La anécdota de San Felipe es un ejemplo o la forma de pedir paso en los lugares estrechos… Un día se encontró con Sixto V que le pidió un trozo de pan de los que llevaba en la alforja. El fraile empezó a rebuscar para darle un trozo decente, pero el papa le pidió que no hiciera excepciones y que le diera el primero que saliera. San Félix sacó un trozo pequeño y muy duro. Ante la sorpresa de los dos, el capuchino le dijo: “Tenga paciencia, Santo Padre, que usted fue también fraile”. Sixto empezó como franciscano antes de llegar al papado.

Por suerte nos ha llegado esta descripción de su físico: «Fue bajo de cuerpo, pero grueso decentemente y robusto. La frente espaciosa y arrugada, las narices abiertas, la cabeza algo grande, los ojos vivos y de color que tiraba a negro; la boca, no afeminada, sino grave y viril; el rostro alegre y lleno de arrugas; la barba no larga, sino inculta y espesa; la voz apacible y sonora; el lenguaje de tal calidad que, aunque rústico, por ser simple y humilde, convertía en hermosura la rusticidad»

Cargado de trabajos, de dolores, pero con una alegría desbordante, presiente su muerte. Y dice: «El pobre jumento ya no caminará más». Pretende ir a la iglesia desde el lecho, arrastrándose, mas se le prohíbe. Recibe los sacramentos, se queda en éxtasis, vuelve en sí, pide que le dejen solo. Los frailes le preguntan: «¿Qué ves?» Y él responde: «Veo a mi Señora rodeada de ángeles que vienen a llevar mi alma al paraíso». Sin haber entrado en agonía, muere el 18 de mayo de 1587, a los setenta y dos años de edad. Toda la ciudad corre al convento para besar el cadáver del santo lego y obtener reliquias. El papa Sixto V, que testificaba dieciocho milagros, quiso beatificar a fray Félix, pero no tuvo tiempo. Es Paulo V quien inicia el proceso de beatificación, que solemnemente será verificado por Urbano VIII. En 1712, Clemente XI canonizó a fray Félix de Cantalicio.

Su ejemplo fue la principal causa de que los papas no decidieran la extinción de los capuchinos como reforma franciscana. Su vida fue el modelo de muchas generaciones de hermanos que quisieron imitarle, tanto en su trabajo como en su espíritu de oración y trabajo. Tal es la fuerza del santo que San Crispín de Viterbo, otro capuchino, cuya fiesta se celebra el 19 de mayo, pidió permiso a su superior para morir al día siguiente de la fiesta de San Félix para que no aguar la fiesta a los hermano. Así fue, murió al día siguiente.

Gracias Félix por tu ejemplo, por tu vida. Ruega por nosotros

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