Semana de Pascua

Desde Adviento, la Comisión de Pastoral de la CIC (Conferencia Iberica de Capuchinos) prepara unos guiones para homilias para los tiempos fuertes con un contenido franciscano. El objetivo es doble: por una parte hacer más franciscanas nuestras homilias y segundo ayudar a poder vivir una mejor espiritualidad franciscana, tanto para los frailes como para todos los amigos de San Francisco, incluyendo, lógicamente, a los hermanos de la O.F.S. Las homilias de Pascua están preparadas por Fr. Fidel Aizpurúa, de la Provinca de Navarra.

Sé que la de esta semana llega, quizás, un poco tarde, pero dado que todo la semana, Octava de Pascua, mantiene la misma idea, la resurrección del Señor os la ofrezco por si puede servir para la oración:

APÓSTOLES DEL GUSTO POR LA VIDA

(Jn 20,1-9: Domingo de Pascua)

Aun marcado más por el tiempo de la Cuaresma según el gusto de la época, Francisco siempre quiso que sus hermanos celebraran con hondura y hasta entusiasmo el tiempo de la Pascua del Señor. Por eso dice en LM 7,9: “Los instruyó en las Sagradas Escrituras, animándoles a pasar como peregrinos y advenedizos por el desierto de este mundo y a celebrar continuamente en pobreza de Espíritu, como verdaderos hebreos la Pascua del Señor, esto es, el paso de este mundo al Padre”. El franciscano de hoy quiere recuperar en la celebración de la Pascua el espíritu del “verdadero hebreo”, aquel que le abre al secreto del Resucitado, aquel que le proporcional el gozo pascual para vivir este tiempo como una suerte y un privilegio que nos ofrece la Iglesia.

Se abre este día primero de la Pascua con el relato de Jn 20,1-9, relato, a la vez, antiguo y elaborado. Antiguo porque ahí se da (en el v.1) quizá el rasgo más antiguo de la resurrección de Jesús: algo pasó en torno al cadáver de Jesús que hizo suponer a los discípulos que estaba vivo. Es la primera experiencia resurreccional. Pero es la segunda, aunque más elaborada, la más interesante: se nos describe ahí cómo dos de los discípulos, Pedro y Juan, que representan a los demás, a todo seguidor/a, llegan a creer en la resurrección en modos vitales. Dice el texto que creyeron cuando vieron “las vendas en el suelo” y el sudario “en sitio aparte”. Entonces creyeron. Pero eso ¿qué quiere decir?

Las vendas en el suelo significan el triunfo de la vida. Lo que ataba al muerto ha dejado de tener poder sobre él. El muerto ha “escapado” del abrazo frío de la muerte. Por otra parte, el sudario (el paño que cubría el rostro del difunto) estaba “en sitio aparte”, en “lugar” aparte. Los judíos llamaban al Templo así: el “Lugar”. Era el lugar donde, según ellos, residía la presencia, la gloria, de Dios. El sudario, símbolo de muerte, envuelve ese Templo, esa institución religiosa que no lleva a la vida. Cuando los discípulos comprenden que hay que apostar por la vida abandonando toda institución de muerte, es entonces cuando ¡al fin! creen en la resurrección.

O sea: un estilo de vida de “resucitado” es el de aquella persona que va haciendo apuestas por la vida y se va alejando cada vez más de los escenarios de la muerte. Cuando tú haces algo para que la vida crezca un poco, en ti mismo/a y en los demás, estás en clave de resurrección. Cuando haces algo que aumenta el dolor y la muerte en el camino humano, estás fuera de la resurrección.

Hace años, el Hno. Roger de Taizé departía, después de la oración de la tarde, con un grupo grande de hermanos capuchinos y les decía cosas como esta: “Ustedes los franciscanos deberían ser apóstoles del gusto por la vida. ¿Se han percatado que el Canto del Hermano Sol es un formidable canto de amor a la vida?”. Efectivamente, entender la resurrección evangélica y franciscanamente es entonar y vivir un canto de amor a la vida. Tanto acíbar que se ha vertido sobre la herida de la vida… Ha llegado la hora de establecer un hondo pacto de hermandad con la vida, el mejor regalo que proviene de la mano amorosa del Padre y caminar en la dirección de un profundo amor a la vida. Ya lo decía Rahner: “Nosotros, hijos de esta tierra, tenemos que amarla, aunque sea todavía terrible y nos torture con su penuria y su sometimiento a la muerte”. Apóstoles de la vida: he ahí nuestro “trabajo pascual”.