II Domingo de Pascua

Después de unos días sin poder poner nada, por un viaje inesperado aquí tenéis el guión franciscano para este II Domingo de Pascua:

TOCAR LAS LLAGAS

(Jn 20,19-21: Domingo 2 de Pascua)

Todas las personas que amamos y seguimos la senda de Francisco hemos llegado a un convencimiento: la verdadera conversión de san Francisco comienza cuando se decide a dar un abrazo a un leproso, a un gran marginado de la época. Cuando, superando toda barrera social y visceral, los brazos de Francisco acogen al leproso, se abre la posibilidad de un camino nuevo en el seguimiento de Jesús, se comienza a entender el secreto de la cruz y la vida toma otro color, se convierte en “dulzura” lo que antes era camino amargo y espinoso. Lo dice claramente san Francisco en su Testamento: “Cuando estaba envuelto en pecados, me era muy amargo ver los leprosos. Pero, el Señor mismo me condujo hacia ellos, y practiqué con ellos misericordia. Y, al separarme de los mismos, aquello que me parecía amargo, se me tornó en dulzura del alma y del cuerpo” (Test 2-3).

Es que de eso habla el Evangelio de este segundo domingo de la Pascua. Parece que a la primitiva comunidad no le costaba en exceso creer en la resurrección de Jesús (eran tiempos de mayor credulidad). Lo que realmente se le hacía cuesta arriba era unir al llagado de la cruz con el resucitado de ahora. Querían olvidar al Mesías humillado en el suplicio reservado a los parias de la sociedad. Querían mantener vivo solamente el recuerdo de un Jesús vivo y triunfante.

El texto evangélico trata de corregir esta perspectiva: no hay desconexión entre el llagado y el resucitado. Uno confirma la verdad del otro: la resurrección da sentido a la entrega de Jesús y ésta es el camino real, único, para la resurrección. Es preciso creer en un resucitado que antes ha sido llagado. Es necesario ver que la resurrección comienza en la aceptación de las llagas.

Por eso Tomás, que representa a quien le cuesta mucho encajar esta manera de pensar es quien recibe la lección inequívoca del resucitado: mete tu mano en mi costado: comprueba que soy el llagado de entonces, acepta las llagas de la humillación a la vez que aceptas el brillo de la resurrección. Más aún, has de comprender que no existe otro camino hacia la resurrección que la de tocar las llagas de la historia para sanarlas en la medida de lo posible. Curar llagas es el camino que el Evangelio propone para vivir, ya desde ahora, en perspectiva de resurrección.

Según la película “Francesco”, a Sta Clara le preguntaban los compañeros de Francisco: “Tú curaste las llagas de su cuerpo. ¿Qué piensas de ellas?”. Y Clara respondía con sencillez: “Yo las curé sin hacer preguntas”. Esa es la forma franciscana de tocar y curar las llagas: sin hacer preguntas, sin abrumar al llagado. Curar por la simple y evidente necesidad de quien está herido/a. Así, curando llagas, se camina en la dirección de la resurrección. Y desde esa plataforma se animará el franciscano a preguntarse un día por las causas estructurales de las llagas, por aquellas personas o situaciones que las provocan. Y a ellas dará también el mensaje de resurrección: la única forma de ser creyente que cree de verdad en el Resucitado es trabajar para que el nivel de llagas de la historia desaparezca y amanezca en día nuevo de la fraternidad sanada. Es entonces cuando brillará el sueño de Jesús, el sueño del Resucitado, el de la fraternidad de hermanos/as que se curan. El dinamismo de la resurrección es, sin duda, una fuerza curativa para el caminar de la historia humana.

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